"El arte de la Economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o medida política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores" (Henry Hazllit – La Economía en una Lección).
Hace unas semanas aparecía una noticia en el diario El Día de Tenerife donde se nos informaba que los productores de plátanos de la isla de La Palma habían tenido que tirar a la basura unos 18.000 kilos de plátanos. La verdad es que aunque curiosa, la noticia no debería producirnos sorpresa. Estudiemos un poco la cuestión.
El sector del plátano en Canarias ocupa a unos 20.000 trabajadores, produciendo unas 372 mil toneladas al año, de las cuales 339 mil son enviadas fuera de las islas. El precio percibido por el agricultor se encontraba en la primera semana de este año en unos 52 céntimos de euros por kilo, precio que se elevaba a 61 céntimos al incluir los costes de transporte a la Península.
Uno de los mayores competidores del plátano de Canarias es el banano de Hispanoamérica. La producción de banano por Ecuador, el principal exportador, fue de 4,73 millones de toneladas, dando trabajo a unos 148.000 trabajadores y siendo su precio CIF en la primera semana del año unos 52 céntimos por kilo. Como se puede ver es casi un 18 por ciento más barato.
Por lo tanto, es evidente que el banano ecuatoriano constituye una importante competencia para el plátano de Canarias. Concientes de ello, el productor canario ha venido realizando desde 1992 diversas campañas de publicidad en las que destacan sus magníficos anuncios televisivos. En dichas campañas se resalta la mejor calidad de su fruta habiéndose conseguido un alto grado de penetración.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, al productor canario le cuesta mucho competir. Muchas veces el precio de venta no llega ni a cubrir sus costos de producción. El mercado obligaría en condiciones normales a una reducción de la oferta, ajustándose a aquella demanda de los consumidores que habría elegido comer plátanos y no bananos. Ello conllevaría la pérdida inicial de puestos de trabajo y un aumento de la competitividad, pues solo sobrevivirían los productores capaces de producir al precio que fijase el consumidor.
Pero este proceso no ha ocurrido. Por el contrario, Europa ha acudido en ayuda del sector canario con subvenciones que compensan su falta de competitividad. Según los últimos datos, han sido un total de 141 millones de euros. De esta forma se compensan los costes de producción a razón de 38 céntimos de euro por kilo – un 73 por ciento del precio de venta del productor. Además, se ha tomado otra medida para ayudar a las ventas, fijándose un arancel a los bananos de 176 euros por tonelada. Así, el precio del banano ha pasado a ser de unos 69 céntimos de euro por kilo.
A primera vista todo parece estar bien. Se ayuda al agricultor canario y se mantienen los puestos de trabajo. Sin embargo, deberíamos ampliar un poco más nuestro punto de vista y tener en cuenta todas las implicaciones.
En primer lugar, esos 141 millones de euros de subvenciones han sido conseguidos a través de impuestos cobrados. Para hacernos una idea, supongamos que se hubieran cobrado solamente al contribuyente español. En este caso, nos saldría que cada español habría tenido que contribuir con unos 3 euros. Para algunos sería una aportación justa, pero, ¿qué podemos decirles a los que no les gustan los plátanos o prefieren gastar esos 3 euros en otras cosas que consideren más necesarias? Como consecuencia, aunque por una parte hemos contribuido a mantener los puestos de trabajo del sector platanero, también hemos imposibilitado que otros sectores fuesen los destinatarios de esos 141.000 millones de euros. Y por supuesto, al no producirse ese gasto, no se han creado puestos de trabajos en esos sectores.
Otro punto a considerar es que las subvenciones son necesarias porque el precio de venta no es lo suficientemente alto como para que sea rentable producir la cantidad actual de plátanos. O dicho de otra manera, que mucha gente no tiene tal necesidad de ellos como para pagar dicho precio rentable. De esta forma, la oferta excede a la demanda, aparece la sobreproducción y con ella el motivo de tener que tirar el producto. Es más, aunque con las subvenciones fuera rentable poner la mercancía en el mercado, ello ocasionaría la bajada del precio al aumentar la cantidad de plátanos.
Resumiendo lo escrito hasta ahora, con las subvenciones obligamos a algunas personas a pagar por algo que no quieren y además impedimos la creación de puestos de trabajo en aquellas empresas que sí venden productos deseados por el consumidor.
Sigamos ahora un poco más con nuestro razonamiento. Debemos comentar antes de nada que el gobierno ecuatoriano también protege a su sector bananero. Para ello ha fijado un precio mínimo por debajo del cual ningún productor ecuatoriano venderá. Igual que antes parece una buena idea, pues con esto se asegura una adecuada remuneración al agricultor y se mantienen de igual forma los empleos. El problema es que una vez más se obliga al consumidor a soportar un mayor precio por la mercancía. Si se hubiese ahorrado esa diferencia, ésta podría ser gastada en otros productos. Igual que antes, estas compras contribuirían a favorecer el empleo en otros sectores. Además, la fijación de un precio mínimo mantiene en el mercado a aquellos productores que no son capaces de ser lo suficientemente competitivos como para ofertar un buen precio.
De igual manera, la fijación de un arancel para subir el precio hace que al productor de banano le sea más difícil competir, produciéndose una disminución de sus ventas que por supuesto ocasionará a la larga la perdida de puestos de trabajos. Por último, con la fijación del arancel se toma la decisión de que es mejor consumir plátanos que bananos, decisión que evidentemente debería ser tomada por cada uno de los consumidores en función de sus necesidades.
Todo lo anterior intenta dar una visión amplia de los hechos. El problema en que muchas veces incurrimos es que no somos capaces de ver la totalidad de la realidad. Los gobiernos intentan mejorar las cosas, pero lo único que consiguen es decidir en qué bienes hemos de gastar nuestro dinero y también que empresa debe subsistir y cual no. ¿Nos les recuerda esta postura a la del emperador romano decidiendo quién vive y quién muere? Recemos para que en el futuro no decida que ha llegado el momento que seamos nosotros los que tengamos que morir.
Hace unas semanas aparecía una noticia en el diario El Día de Tenerife donde se nos informaba que los productores de plátanos de la isla de La Palma habían tenido que tirar a la basura unos 18.000 kilos de plátanos. La verdad es que aunque curiosa, la noticia no debería producirnos sorpresa. Estudiemos un poco la cuestión.
El sector del plátano en Canarias ocupa a unos 20.000 trabajadores, produciendo unas 372 mil toneladas al año, de las cuales 339 mil son enviadas fuera de las islas. El precio percibido por el agricultor se encontraba en la primera semana de este año en unos 52 céntimos de euros por kilo, precio que se elevaba a 61 céntimos al incluir los costes de transporte a la Península.
Uno de los mayores competidores del plátano de Canarias es el banano de Hispanoamérica. La producción de banano por Ecuador, el principal exportador, fue de 4,73 millones de toneladas, dando trabajo a unos 148.000 trabajadores y siendo su precio CIF en la primera semana del año unos 52 céntimos por kilo. Como se puede ver es casi un 18 por ciento más barato.
Por lo tanto, es evidente que el banano ecuatoriano constituye una importante competencia para el plátano de Canarias. Concientes de ello, el productor canario ha venido realizando desde 1992 diversas campañas de publicidad en las que destacan sus magníficos anuncios televisivos. En dichas campañas se resalta la mejor calidad de su fruta habiéndose conseguido un alto grado de penetración.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, al productor canario le cuesta mucho competir. Muchas veces el precio de venta no llega ni a cubrir sus costos de producción. El mercado obligaría en condiciones normales a una reducción de la oferta, ajustándose a aquella demanda de los consumidores que habría elegido comer plátanos y no bananos. Ello conllevaría la pérdida inicial de puestos de trabajo y un aumento de la competitividad, pues solo sobrevivirían los productores capaces de producir al precio que fijase el consumidor.
Pero este proceso no ha ocurrido. Por el contrario, Europa ha acudido en ayuda del sector canario con subvenciones que compensan su falta de competitividad. Según los últimos datos, han sido un total de 141 millones de euros. De esta forma se compensan los costes de producción a razón de 38 céntimos de euro por kilo – un 73 por ciento del precio de venta del productor. Además, se ha tomado otra medida para ayudar a las ventas, fijándose un arancel a los bananos de 176 euros por tonelada. Así, el precio del banano ha pasado a ser de unos 69 céntimos de euro por kilo.
A primera vista todo parece estar bien. Se ayuda al agricultor canario y se mantienen los puestos de trabajo. Sin embargo, deberíamos ampliar un poco más nuestro punto de vista y tener en cuenta todas las implicaciones.
En primer lugar, esos 141 millones de euros de subvenciones han sido conseguidos a través de impuestos cobrados. Para hacernos una idea, supongamos que se hubieran cobrado solamente al contribuyente español. En este caso, nos saldría que cada español habría tenido que contribuir con unos 3 euros. Para algunos sería una aportación justa, pero, ¿qué podemos decirles a los que no les gustan los plátanos o prefieren gastar esos 3 euros en otras cosas que consideren más necesarias? Como consecuencia, aunque por una parte hemos contribuido a mantener los puestos de trabajo del sector platanero, también hemos imposibilitado que otros sectores fuesen los destinatarios de esos 141.000 millones de euros. Y por supuesto, al no producirse ese gasto, no se han creado puestos de trabajos en esos sectores.
Otro punto a considerar es que las subvenciones son necesarias porque el precio de venta no es lo suficientemente alto como para que sea rentable producir la cantidad actual de plátanos. O dicho de otra manera, que mucha gente no tiene tal necesidad de ellos como para pagar dicho precio rentable. De esta forma, la oferta excede a la demanda, aparece la sobreproducción y con ella el motivo de tener que tirar el producto. Es más, aunque con las subvenciones fuera rentable poner la mercancía en el mercado, ello ocasionaría la bajada del precio al aumentar la cantidad de plátanos.
Resumiendo lo escrito hasta ahora, con las subvenciones obligamos a algunas personas a pagar por algo que no quieren y además impedimos la creación de puestos de trabajo en aquellas empresas que sí venden productos deseados por el consumidor.
Sigamos ahora un poco más con nuestro razonamiento. Debemos comentar antes de nada que el gobierno ecuatoriano también protege a su sector bananero. Para ello ha fijado un precio mínimo por debajo del cual ningún productor ecuatoriano venderá. Igual que antes parece una buena idea, pues con esto se asegura una adecuada remuneración al agricultor y se mantienen de igual forma los empleos. El problema es que una vez más se obliga al consumidor a soportar un mayor precio por la mercancía. Si se hubiese ahorrado esa diferencia, ésta podría ser gastada en otros productos. Igual que antes, estas compras contribuirían a favorecer el empleo en otros sectores. Además, la fijación de un precio mínimo mantiene en el mercado a aquellos productores que no son capaces de ser lo suficientemente competitivos como para ofertar un buen precio.
De igual manera, la fijación de un arancel para subir el precio hace que al productor de banano le sea más difícil competir, produciéndose una disminución de sus ventas que por supuesto ocasionará a la larga la perdida de puestos de trabajos. Por último, con la fijación del arancel se toma la decisión de que es mejor consumir plátanos que bananos, decisión que evidentemente debería ser tomada por cada uno de los consumidores en función de sus necesidades.
Todo lo anterior intenta dar una visión amplia de los hechos. El problema en que muchas veces incurrimos es que no somos capaces de ver la totalidad de la realidad. Los gobiernos intentan mejorar las cosas, pero lo único que consiguen es decidir en qué bienes hemos de gastar nuestro dinero y también que empresa debe subsistir y cual no. ¿Nos les recuerda esta postura a la del emperador romano decidiendo quién vive y quién muere? Recemos para que en el futuro no decida que ha llegado el momento que seamos nosotros los que tengamos que morir.
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