domingo, 12 de julio de 2009

¿Cuánto vale Cristiano Ronaldo?

“Por consiguiente, valor es la significación que unos concretos bienes o cantidades parciales de bienes adquieren para nosotros, cuando somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades” (Carl Menger – Principios de Economía Política)

Después de la compra de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid se han oído muchas opiniones expresando asombro por la alta cifra alcanzada y comentando que fue algo irracional y desproporcionado. Quizás todas estas personas desconocen algunos principios básicos de la teoría económica.

Antes de empezar debemos tener claro que lo que el Real Madrid ha comprado es la habilidad de Cristiano Ronaldo para jugar al fútbol y la capacidad que tiene el jugador para atraer la atención de millones de seguidores de este deporte.

Las anteriores cualidades constituyen un bien económico. Esto significa que satisfacen una necesidad y que son escasas. En cuanto a las necesidades que satisfacen no es necesario hacer demasiadas indagaciones para averiguarlo. Bastaría con preguntar a cualquier aficionado. En cuanto a su escasez es evidente que no hay muchas personas capaces de hacer lo mismo que Cristiano Ronaldo. Si estas dos cualidades características hubieran desaparecido no se habría pagado nada por Cristiano Ronaldo. ¿Imaginan ustedes una empresa pagando 94 millones de euros por la habilidad de una persona que consistiese solamente en respirar?

Lo anterior es imprescindible para que Cristiano Ronaldo tenga valor. Y de la misma manera se fijará el valor de una camiseta o de una entrada para verlo. Estas pueden satisfacer una necesidad de miles de personas y por lo tanto tendrá un valor para ellas. Así, es erróneo afirmar que lo pagado por el jugador será lo que fije el valor de los artículos mencionados. Otra discusión sería si la compra ha sido económicamente rentable, lo que solo dependerá de la capacidad de Florentino Pérez para preveer las futuras ganancias.

Podemos preguntarnos ahora como se llegó a fijar la cuantía de 94 millones de euros y no cualquier otra. Para entenderlo, hemos de tener en cuenta que dicho precio debió estar comprendido entre dos valores diferentes, valores que en realidad solo significaban para cada equipo la satisfacción de una necesidad (1). Así, por una parte tendríamos el valor del jugador para el Manchester United y por otra el valor del mismo para el Real Madrid. Estos valores formarían parte de una lista ordenada de necesidades a satisfacer por cada equipo. Quizás para el Real Madrid la primera necesidad habría sido conseguir a Cristiano Ronaldo y la segunda tener a Kaká. De la misma manera, el Manchester tendría también su lista ordenada de necesidades.

El problema que surgió después fue que para que se produjera el intercambio, el Real Madrid debía poseer algún bien que satisficiera una necesidad del Manchester. En caso contrario habría sido imposible cerrar la operación. Sin embargo, afortunadamente vivimos en una época donde hemos avanzado más allá del trueque. Aunque el Real Madrid no hubiera tenido algo que necesitara el Manchester, sabía que aquel podía intercambiar a Cristiano Ronaldo por otro bien que le acercase un poco más a la satisfacción de su necesidad y que a su vez podría ser fácilmente cambiado por otro. Ese bien es el dinero. De esta forma, valorando más lo que podría obtener con 94 millones que al jugador, el Manchester aceptó el cambio.

¿Y por qué 94 millones y no 93 ó 95? En realidad cualquier cantidad entre los valores fijados por ambos equipos hubiera sido posible. La cantidad final que resultó solo dependió de la capacidad de negociación de ambos clubes. Además, si el valor para el Manchester hubiese sido superior al valor para el Real Madrid, el intercambio no se hubiera producido. Sin embargo, esto no ocurrió y por lo tanto con la venta tanto el Manchester como el Real Madrid cubrieron mejor aquella necesidad de su lista.

Por todo lo anterior, ya podemos decirles a aquellos que se han escandalizados que el precio no fue justo o injusto. Y posiblemente tampoco fue desproporcionado teniendo en cuenta la riqueza que dicho jugador hará posible crear, riqueza que se filtrará hasta el más humilde vendedor de bufandas en la puerta de cada estadio donde juegue Cristiano Ronaldo. En esencia, dicho precio fue fijado por la libre elección de cada una de las partes y por la valoración subjetiva de las necesidades que querían satisfacer. Es claro que los que han expresado desagrado no hubieran pagado esa cantidad, pero ¿por qué han de imponer su lista de necesidades a los demás? Podríamos discutir las distintas listas y fijar distintos órdenes, pero considerar una mejor que otra e imponerla, solo nos llevaría a la pérdida de uno de los bienes que quizás aparecen en primer lugar en la mayoría de las listas de todo ser humano: la libertad.

(1) Es importante resaltar que no deben utilizarse los conceptos de valor y precio como sinónimos. Entendemos por valor el valor de uso y por precio el valor de intercambio.

sábado, 4 de julio de 2009

¿Otro mundo es posible?

“Es indiscutible que si deseamos asegurar una distribución de la riqueza que se ajuste a algún patrón previamente establecido, si deseamos decidir expresamente qué ha de poseer cada cual, tenemos que planificar el sistema económico entero. Pero queda por averiguar si el precio que habríamos de paga por la realización del ideal de justicia de alguien no traería más opresión y descontento que el que jamás causó el tan calumniado libre juego de las fuerzas económicas” (Friedrich A. Hayek – Camino de Servidumbre).

Existe un encendido debate sobre las consecuencias de la Globalización. Sus detractores sostienen que debido a ella avanzamos hacia el control del mundo por parte de grandes estructuras comerciales que incluso estarían por encima de los Estados. Asimismo, se achaca a la globalización la culpa del “creciente mal reparto de la riqueza del mundo”. Sin embargo, la mayoría de las veces el análisis de este fenómeno se hace de forma confusa y utilizando tópicos.

Damos por supuesto que todos queremos una mejora de la situación de cada uno de los habitantes de este mundo. Esta afirmación parecería innecesaria por evidente, pero en muchos casos el problema parte de la división entre malos y buenos, entre explotados y explotadores. Aunque la caída del Muro haya supuesto el abandono de la ideología marxista, persiste en el acervo común la idea de que “toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases”(1). Por lo tanto, permítasenos fijar como hipótesis de partida que para que sea posible construir un mundo diferente deban abandonarse esas caducas divisiones de la sociedad y volvamos a afirmar que todos queremos construir un mundo donde cada persona tenga lo suficiente para llevar una vida digna.

Partiendo del axioma anterior, el problema sería cómo conseguirlo. Después de un sencillo análisis, llegamos a la conclusión que solo hay dos soluciones posibles. O bien consideramos que debe haber una institución que controle la economía y procure que cada uno de los miembros del grupo social tenga lo suficiente para una vida digna, o bien que no debe existir tal organismo de control.

La primera solución que establece la necesidad de una institución parece a primera vista la correcta. La organización es buena. Por definición un proyecto ha de planificarse y hacer lo contrario llevaría al caos. Sin embargo, ¿cómo determinaremos el grado de planificación necesario? En principio definiríamos una serie de derechos universales que serían plasmados en un documento legislativo. Algunos derechos podrían parecer obvios, como el derecho a la vida o el derecho a decidir sobre nuestras acciones, pero sin embargo, incluso en estas definiciones tendríamos problemas para ponernos de acuerdo. Y si existen problemas para determinar los derechos básicos, no digamos los que nos encontraríamos a la hora de entrar en detalles tales como cuánto ha de tener cada uno para llevar un vida digna. De todas formas, de una manera u otra tendríamos que decidirnos por alguna de las definiciones, pues de lo contrario entraríamos en contradicción con nuestra idea básica de la existencia de una institución que controle y organice.

Es fácil comprobar que la anterior solución es la que se ha utilizado durante la mayor parte del pasado siglo. Aplicando soluciones extremas de planificación como los sistemas totalitarios (nazismo, comunismo), o por el contrario soluciones participativas como la democracia, solo hemos conseguido, en el mejor de los casos, que se tengan en cuenta las preferencias de cada persona en contadas ocasiones. Incluso en democracias consolidadas, nos limitamos a dar nuestro voto cada un número determinados de años y quizás a ejercer un cierto control sobre los gobiernos elegidos a través de la participación ciudadana. Por el contrario la evolución de las democracias ha llevado a potenciar una mayor intervención del Estado, un mayor control, un mayor grado de organización. Y todo lo anterior con la idea que seríamos capaces de encontrar aquella política económica adecuada que posibilitaría conseguir una vida digna para cada unos de los ciudadanos. Para ello se han creado organismos supranacionales como el BCE (Banco Central Europeo), el FMI (Fondo Monetario Internacional), la OMC (Organización Mundial del Comercio), el BM (Banco Mundial) y otras muchas organizaciones que planifican y controlan cada uno de los diversos aspectos de la economía en su zona de influencia.

Después de analizar la primera solución, analicemos a continuación la otra. En este caso no existiría una organización que controlase los distintos aspectos económicos del grupo social. La primera duda que nos asalta sería como conseguir un orden sin un plan. Quizás a partir de aquí estamos entrando en una utopía futurista, sin embargo veamos a donde nos conduce esta idea. Si no existiese dicha organización debería idearse un método que permitiese a cada persona participar en la toma de decisiones para conseguir una vida digna para todos. Posiblemente en esta era de recursos informáticos podríamos conseguir a medio plazo la capacidad para celebrar referéndums que decidan cada asunto de importancia, tales como lo que ha de tener cada uno o el precio de las cosas. Bastaría con fijar unas mínimas reglas, muy básicas, muy elementales, para que el sistema de votación pudiera comenzar a desarrollarse. De esta forma no habría imposiciones sobre nadie. Todo se decidiría de común acuerdo y desaparecería la explotación de unos sobre otros. Tampoco existirían grupos que para conseguir sus fines aprovechasen su influencia sobre los organismos de control.

Sería maravilloso tener los recursos tecnológicos para conseguir lo anterior. Sin embargo basta con que pensemos un poco para ver que dicha solución tecnológica ya existe. ¿Es posible, que tengamos ya el medio para conseguir que cada una de las personas de un grupo social pueda votar para decidir sobre las distintas cuestiones que les afecten? La respuesta es afirmativa y la solución tecnológica se llama “Sistema de Precios”.

Mediante este sistema cada persona da continuamente su opinión. Por ejemplo, acude a un comercio con la intención de comprar un abrigo y encuentra que éste vale 100 euros. En este momento, emite su voto. Si es afirmativo compra el abrigo, si es negativo no lo hace. Por supuesto el propietario de la tienda también vota. Si vota afirmativamente mantiene el precio del abrigo con la esperanza de que otro cliente lo compre, si vota negativamente baja el precio del mismo para que el cliente que tiene delante lo haga. Este procedimiento se realiza una y otra vez a lo largo y ancho de todo el planeta. Supongamos que cada uno de sus habitantes lo repite dos veces al día (si viviéramos en un país occidental el número sería muy superior). Así, dos veces al día por 6.700 millones de personas suponen unos 11.000 millones de votaciones diarias (en cada intercambio interviene dos personas y hemos quitado a los niños menores de 9 años por fijar una edad mínima), 77.000 millones de votaciones semanales, 330.000 millones de votaciones mensuales y unos 4 billones de votaciones anuales.

Por supuesto, lo anterior es una exposición muy simplificada. Se ha escrito con la intención de llamar la atención sobre las distintas maneras de conseguir el fin que todos deseamos… que cada una de las personas de este planeta tengan lo suficiente para vivir dignamente, consiguiendo así un justo reparto de la riqueza en el mundo.

(1) Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista