“Es indiscutible que si deseamos asegurar una distribución de la riqueza que se ajuste a algún patrón previamente establecido, si deseamos decidir expresamente qué ha de poseer cada cual, tenemos que planificar el sistema económico entero. Pero queda por averiguar si el precio que habríamos de paga por la realización del ideal de justicia de alguien no traería más opresión y descontento que el que jamás causó el tan calumniado libre juego de las fuerzas económicas” (Friedrich A. Hayek – Camino de Servidumbre).
Existe un encendido debate sobre las consecuencias de la Globalización. Sus detractores sostienen que debido a ella avanzamos hacia el control del mundo por parte de grandes estructuras comerciales que incluso estarían por encima de los Estados. Asimismo, se achaca a la globalización la culpa del “creciente mal reparto de la riqueza del mundo”. Sin embargo, la mayoría de las veces el análisis de este fenómeno se hace de forma confusa y utilizando tópicos.
Damos por supuesto que todos queremos una mejora de la situación de cada uno de los habitantes de este mundo. Esta afirmación parecería innecesaria por evidente, pero en muchos casos el problema parte de la división entre malos y buenos, entre explotados y explotadores. Aunque la caída del Muro haya supuesto el abandono de la ideología marxista, persiste en el acervo común la idea de que “toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases”(1). Por lo tanto, permítasenos fijar como hipótesis de partida que para que sea posible construir un mundo diferente deban abandonarse esas caducas divisiones de la sociedad y volvamos a afirmar que todos queremos construir un mundo donde cada persona tenga lo suficiente para llevar una vida digna.
Partiendo del axioma anterior, el problema sería cómo conseguirlo. Después de un sencillo análisis, llegamos a la conclusión que solo hay dos soluciones posibles. O bien consideramos que debe haber una institución que controle la economía y procure que cada uno de los miembros del grupo social tenga lo suficiente para una vida digna, o bien que no debe existir tal organismo de control.
La primera solución que establece la necesidad de una institución parece a primera vista la correcta. La organización es buena. Por definición un proyecto ha de planificarse y hacer lo contrario llevaría al caos. Sin embargo, ¿cómo determinaremos el grado de planificación necesario? En principio definiríamos una serie de derechos universales que serían plasmados en un documento legislativo. Algunos derechos podrían parecer obvios, como el derecho a la vida o el derecho a decidir sobre nuestras acciones, pero sin embargo, incluso en estas definiciones tendríamos problemas para ponernos de acuerdo. Y si existen problemas para determinar los derechos básicos, no digamos los que nos encontraríamos a la hora de entrar en detalles tales como cuánto ha de tener cada uno para llevar un vida digna. De todas formas, de una manera u otra tendríamos que decidirnos por alguna de las definiciones, pues de lo contrario entraríamos en contradicción con nuestra idea básica de la existencia de una institución que controle y organice.
Es fácil comprobar que la anterior solución es la que se ha utilizado durante la mayor parte del pasado siglo. Aplicando soluciones extremas de planificación como los sistemas totalitarios (nazismo, comunismo), o por el contrario soluciones participativas como la democracia, solo hemos conseguido, en el mejor de los casos, que se tengan en cuenta las preferencias de cada persona en contadas ocasiones. Incluso en democracias consolidadas, nos limitamos a dar nuestro voto cada un número determinados de años y quizás a ejercer un cierto control sobre los gobiernos elegidos a través de la participación ciudadana. Por el contrario la evolución de las democracias ha llevado a potenciar una mayor intervención del Estado, un mayor control, un mayor grado de organización. Y todo lo anterior con la idea que seríamos capaces de encontrar aquella política económica adecuada que posibilitaría conseguir una vida digna para cada unos de los ciudadanos. Para ello se han creado organismos supranacionales como el BCE (Banco Central Europeo), el FMI (Fondo Monetario Internacional), la OMC (Organización Mundial del Comercio), el BM (Banco Mundial) y otras muchas organizaciones que planifican y controlan cada uno de los diversos aspectos de la economía en su zona de influencia.
Después de analizar la primera solución, analicemos a continuación la otra. En este caso no existiría una organización que controlase los distintos aspectos económicos del grupo social. La primera duda que nos asalta sería como conseguir un orden sin un plan. Quizás a partir de aquí estamos entrando en una utopía futurista, sin embargo veamos a donde nos conduce esta idea. Si no existiese dicha organización debería idearse un método que permitiese a cada persona participar en la toma de decisiones para conseguir una vida digna para todos. Posiblemente en esta era de recursos informáticos podríamos conseguir a medio plazo la capacidad para celebrar referéndums que decidan cada asunto de importancia, tales como lo que ha de tener cada uno o el precio de las cosas. Bastaría con fijar unas mínimas reglas, muy básicas, muy elementales, para que el sistema de votación pudiera comenzar a desarrollarse. De esta forma no habría imposiciones sobre nadie. Todo se decidiría de común acuerdo y desaparecería la explotación de unos sobre otros. Tampoco existirían grupos que para conseguir sus fines aprovechasen su influencia sobre los organismos de control.
Sería maravilloso tener los recursos tecnológicos para conseguir lo anterior. Sin embargo basta con que pensemos un poco para ver que dicha solución tecnológica ya existe. ¿Es posible, que tengamos ya el medio para conseguir que cada una de las personas de un grupo social pueda votar para decidir sobre las distintas cuestiones que les afecten? La respuesta es afirmativa y la solución tecnológica se llama “Sistema de Precios”.
Mediante este sistema cada persona da continuamente su opinión. Por ejemplo, acude a un comercio con la intención de comprar un abrigo y encuentra que éste vale 100 euros. En este momento, emite su voto. Si es afirmativo compra el abrigo, si es negativo no lo hace. Por supuesto el propietario de la tienda también vota. Si vota afirmativamente mantiene el precio del abrigo con la esperanza de que otro cliente lo compre, si vota negativamente baja el precio del mismo para que el cliente que tiene delante lo haga. Este procedimiento se realiza una y otra vez a lo largo y ancho de todo el planeta. Supongamos que cada uno de sus habitantes lo repite dos veces al día (si viviéramos en un país occidental el número sería muy superior). Así, dos veces al día por 6.700 millones de personas suponen unos 11.000 millones de votaciones diarias (en cada intercambio interviene dos personas y hemos quitado a los niños menores de 9 años por fijar una edad mínima), 77.000 millones de votaciones semanales, 330.000 millones de votaciones mensuales y unos 4 billones de votaciones anuales.
Damos por supuesto que todos queremos una mejora de la situación de cada uno de los habitantes de este mundo. Esta afirmación parecería innecesaria por evidente, pero en muchos casos el problema parte de la división entre malos y buenos, entre explotados y explotadores. Aunque la caída del Muro haya supuesto el abandono de la ideología marxista, persiste en el acervo común la idea de que “toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases”(1). Por lo tanto, permítasenos fijar como hipótesis de partida que para que sea posible construir un mundo diferente deban abandonarse esas caducas divisiones de la sociedad y volvamos a afirmar que todos queremos construir un mundo donde cada persona tenga lo suficiente para llevar una vida digna.
Partiendo del axioma anterior, el problema sería cómo conseguirlo. Después de un sencillo análisis, llegamos a la conclusión que solo hay dos soluciones posibles. O bien consideramos que debe haber una institución que controle la economía y procure que cada uno de los miembros del grupo social tenga lo suficiente para una vida digna, o bien que no debe existir tal organismo de control.
La primera solución que establece la necesidad de una institución parece a primera vista la correcta. La organización es buena. Por definición un proyecto ha de planificarse y hacer lo contrario llevaría al caos. Sin embargo, ¿cómo determinaremos el grado de planificación necesario? En principio definiríamos una serie de derechos universales que serían plasmados en un documento legislativo. Algunos derechos podrían parecer obvios, como el derecho a la vida o el derecho a decidir sobre nuestras acciones, pero sin embargo, incluso en estas definiciones tendríamos problemas para ponernos de acuerdo. Y si existen problemas para determinar los derechos básicos, no digamos los que nos encontraríamos a la hora de entrar en detalles tales como cuánto ha de tener cada uno para llevar un vida digna. De todas formas, de una manera u otra tendríamos que decidirnos por alguna de las definiciones, pues de lo contrario entraríamos en contradicción con nuestra idea básica de la existencia de una institución que controle y organice.
Es fácil comprobar que la anterior solución es la que se ha utilizado durante la mayor parte del pasado siglo. Aplicando soluciones extremas de planificación como los sistemas totalitarios (nazismo, comunismo), o por el contrario soluciones participativas como la democracia, solo hemos conseguido, en el mejor de los casos, que se tengan en cuenta las preferencias de cada persona en contadas ocasiones. Incluso en democracias consolidadas, nos limitamos a dar nuestro voto cada un número determinados de años y quizás a ejercer un cierto control sobre los gobiernos elegidos a través de la participación ciudadana. Por el contrario la evolución de las democracias ha llevado a potenciar una mayor intervención del Estado, un mayor control, un mayor grado de organización. Y todo lo anterior con la idea que seríamos capaces de encontrar aquella política económica adecuada que posibilitaría conseguir una vida digna para cada unos de los ciudadanos. Para ello se han creado organismos supranacionales como el BCE (Banco Central Europeo), el FMI (Fondo Monetario Internacional), la OMC (Organización Mundial del Comercio), el BM (Banco Mundial) y otras muchas organizaciones que planifican y controlan cada uno de los diversos aspectos de la economía en su zona de influencia.
Después de analizar la primera solución, analicemos a continuación la otra. En este caso no existiría una organización que controlase los distintos aspectos económicos del grupo social. La primera duda que nos asalta sería como conseguir un orden sin un plan. Quizás a partir de aquí estamos entrando en una utopía futurista, sin embargo veamos a donde nos conduce esta idea. Si no existiese dicha organización debería idearse un método que permitiese a cada persona participar en la toma de decisiones para conseguir una vida digna para todos. Posiblemente en esta era de recursos informáticos podríamos conseguir a medio plazo la capacidad para celebrar referéndums que decidan cada asunto de importancia, tales como lo que ha de tener cada uno o el precio de las cosas. Bastaría con fijar unas mínimas reglas, muy básicas, muy elementales, para que el sistema de votación pudiera comenzar a desarrollarse. De esta forma no habría imposiciones sobre nadie. Todo se decidiría de común acuerdo y desaparecería la explotación de unos sobre otros. Tampoco existirían grupos que para conseguir sus fines aprovechasen su influencia sobre los organismos de control.
Sería maravilloso tener los recursos tecnológicos para conseguir lo anterior. Sin embargo basta con que pensemos un poco para ver que dicha solución tecnológica ya existe. ¿Es posible, que tengamos ya el medio para conseguir que cada una de las personas de un grupo social pueda votar para decidir sobre las distintas cuestiones que les afecten? La respuesta es afirmativa y la solución tecnológica se llama “Sistema de Precios”.
Mediante este sistema cada persona da continuamente su opinión. Por ejemplo, acude a un comercio con la intención de comprar un abrigo y encuentra que éste vale 100 euros. En este momento, emite su voto. Si es afirmativo compra el abrigo, si es negativo no lo hace. Por supuesto el propietario de la tienda también vota. Si vota afirmativamente mantiene el precio del abrigo con la esperanza de que otro cliente lo compre, si vota negativamente baja el precio del mismo para que el cliente que tiene delante lo haga. Este procedimiento se realiza una y otra vez a lo largo y ancho de todo el planeta. Supongamos que cada uno de sus habitantes lo repite dos veces al día (si viviéramos en un país occidental el número sería muy superior). Así, dos veces al día por 6.700 millones de personas suponen unos 11.000 millones de votaciones diarias (en cada intercambio interviene dos personas y hemos quitado a los niños menores de 9 años por fijar una edad mínima), 77.000 millones de votaciones semanales, 330.000 millones de votaciones mensuales y unos 4 billones de votaciones anuales.
Por supuesto, lo anterior es una exposición muy simplificada. Se ha escrito con la intención de llamar la atención sobre las distintas maneras de conseguir el fin que todos deseamos… que cada una de las personas de este planeta tengan lo suficiente para vivir dignamente, consiguiendo así un justo reparto de la riqueza en el mundo.
(1) Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista
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