El "caso Cascos" y el "caso Asunción" bien podrían significar un motivo de esperanza para la causa de la regeneración de la política española. Tanto las encuestas como el análisis más detallado demuestran que nuestra organización política se ha convertido en un problema de la mayor importancia. Los partidos, organismos necesarios en su tiempo para afrontar nuestra particular travesía del desierto que fue la Transición española, han corrompido casi totalmente nuestra democracia, convirtiendo ésta en una partitocracia, un gobierno de los partidos alejado de los problemas de los ciudadanos, una partitocracia que incluso ha cometido la felonía de acabar con la separación de poderes, garante de cualquier democracia que se precie.
No pretendo hacer una alabanza de los personajes que se han visto inmersos en los problemas con sus partidos. Sus acciones deberían trascender su particular biografía. La importancia de esas acciones podemos encontrarla en su plante frente al colectivismo de sus organizaciones. Frente a la postura de “no soy nadie sin el partido”, estas personas han levantado la bandera del individualismo. El individuo, el político, antes del colectivo, del partido. Con algo de suerte, puede que algunos vean en las posturas de los mencionados políticos una señal que sirva para plantearles que es el momento de un cambio necesario, un cambio que nos lleve a acabar con el poder omnímodo de los partidos y que haga que estos se conviertan en aquello que debieron haberse convertido hace ya tiempo: organizaciones que ayuden y apoyen a aquellas personas que han tomado la decisión de emplear su tiempo en servir a sus ciudadanos, simples instrumentos de transmisión de ideas que puedan contribuir a la mejora de nuestro país, simples herramientas de los más honrados, formados y eficaces. Es hora de que sólo los mejores triunfen.
No pretendo hacer una alabanza de los personajes que se han visto inmersos en los problemas con sus partidos. Sus acciones deberían trascender su particular biografía. La importancia de esas acciones podemos encontrarla en su plante frente al colectivismo de sus organizaciones. Frente a la postura de “no soy nadie sin el partido”, estas personas han levantado la bandera del individualismo. El individuo, el político, antes del colectivo, del partido. Con algo de suerte, puede que algunos vean en las posturas de los mencionados políticos una señal que sirva para plantearles que es el momento de un cambio necesario, un cambio que nos lleve a acabar con el poder omnímodo de los partidos y que haga que estos se conviertan en aquello que debieron haberse convertido hace ya tiempo: organizaciones que ayuden y apoyen a aquellas personas que han tomado la decisión de emplear su tiempo en servir a sus ciudadanos, simples instrumentos de transmisión de ideas que puedan contribuir a la mejora de nuestro país, simples herramientas de los más honrados, formados y eficaces. Es hora de que sólo los mejores triunfen.
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