domingo, 15 de abril de 2012

Sobre el espíritu democrático y la propaganda de la izquierda española: Intentando derrocar a un Gobierno legítimo (III)

 En la elecciones de 1933, el primer partido de la derecha, la CEDA, obtiene un total de 115 escaños en un parlamento de 470 diputados. A pesar de tener la legitimidad democrática para encabezar el Gobierno, la CEDA decide no hacerlo, intentando con ello calmar la actitud antidemocrática de las izquierdas. En su lugar, los Gobiernos son formados por el segundo partido en número de votos, el Partido Republicano Radical (PRR) de Alejandro Lerroux. Pero el 3 de octubre de 1934, la CEDA participa por fin en el Gobierno que se constituye. Es una participación menor, ocupando solamente tres ministerios que no pueden considerarse de los más importantes: Agricultura, Trabajo y Justicia.

La inclusión de tres ministros de la CEDA en un Gobierno del PRR, un acto perfectamente democrático, hace que las izquierdas, encabezadas por el PSOE rompan con la República. Esta era la excusa que buscaba el PSOE para iniciar un golpe de Estado que le aupara al poder. Dicho golpe se había estado preparando desde finales de 1933 y su objetivo era claro: la instauración de una dictadura del proletariado a imagen de lo ocurrido en la Unión Soviética.

La izquierda ha pretendido describir los acontecimientos acaecidos durante el mes de octubre de 1934 como una huelga que se produjo sobre todo en Asturias, pero no cabe ninguna duda de que el movimiento organizado era un verdadero golpe de Estado que se produce en toda España, afectando a ciudades como Barcelona, Valencia, Sevilla o Bilbao. En Cataluña, el Gobierno autonómico de Lluís Companys llega incluso a declarar el Estado catalán dentro de la República federal española, una verdadera declaración ilegal de independencia.

Durante el golpe de Estado las fuerzas de izquierda golpistas, dirigidas por el PSOE y apoyadas por la CNT y los nacionalistas catalanes, intentan hacerse con los centros neurálgicos del poder. En Madrid atacan incluso el Congreso de los Diputados, sin llegar a conquistarlo. El resultado del intento de Golpe de Estado fue de entre 1.500 y 2.000 muertos y entre 15.000 y 30.000 personas detenidas por participar en la insurrección. Asturias fue el lugar donde más prendió el fuego golpista, teniendo que mandar el Gobierno a las tropas del ejército para libera la zona. La ciudad de Oviedo fue prácticamente destruida, no respetándose ni las vidas de muchas personas, ni los inmensos tesoros culturales, llegándose a destruir joyas como la sillería de coro de la catedral, del siglo XVI, la Cámara Santa, medieval, o la Universidad. Esta última fue incendiada por las fuerzas de izquierdas al ver perdida ya su causa ante la llegada de las tropas del ejército. Una especia de venganza revolucionaria. Antonio Juan Onieva Santamaría narra en un artículo de 1934 la destrucción de la Universidad:

     - ¡Fuego en la Universidad!...
    Los rebeldes quisieron cobrarse de su fracaso. El humo se intensificaba por momentos y, de pronto, un estampido brutal que arrojó un centenar de tejas al espacio nos dijo que acababa de explotar una caja de dinamita. Abrióse un boquete en el tejado, se estableció inmediatamente una corriente de tiro y pronto una gran llamarada coronó el edificio. Al mismo tiempo, apareció otra lengua de fuego en la pared este, y, más tarde, en la esquina de la calle Tartiere. La Universidad ardía por tres sitios a la vez.
    Luego otra explosión y otra, hasta diez, probaron que las cajas de dinamitas habían sido distribuidas estratégicamente por todo el inmueble para que nos se salvara un libro, un papel, ni siquiera una teja.
    A medianoche, toda la Universidad era una antorcha que iluminaba la ciudad.
    A la mañana siguiente, libertada la ciudad de rebeldes, corrimos a los claustros. ¡Nada! Los doscientos mil volúmenes de su biblioteca, los diez y ocho mil de la de Derecho, el Museo de Historia Natural, los laboratorios de Química, el Instituto del Carbón, todo convertido en pavesas, delataba «cuanta fue su grandeza y es su estrago». La estatua, intacta, de Fernando de Valdés, creador de la Universidad en el siglo XVI, contemplaba el informe montón de ruinas.
    Entré en el paraninfo, donde tantas veces sonó la voz de Estrada, Barrio y Mier, Aramburu, Buylla, Canella, Melquíades Álvarez, Altamira, Posada, Sela, Rey Pastor; allí donde nació la Extensión Universitaria en beneficio del os obreros, donde se dieron cursos gratuitos y se hicieron lecturas comentadas y se repartieron millares de libros por la provincia… ¡Cuatro paredes humeantes desmoronándose, bajo el peso del dolor! Entré en la cátedra de Clarín, donde alumnos reverenciosos habían puesto una placa recordatoria y el retrato del maestro… En los muros desnudos y calcinados se había borrado todo recuerdo.
    Pero ¿qué sentido revolucionario ha podido tener el incendio de la Universidad?

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