sábado, 29 de agosto de 2009

¿Para qué sirve la libertad?

En el anterior mensaje hablaba sobre la verdadera esencia de liberalismo y llegué a la conclusión que lo que diferencia a un liberal de un colectivista era su mayor o menor aprecio por la libertad. Sin embargo, surge inmediatamente la pregunta del fin último de la libertad, es decir ¿para qué queremos ser libres?

La respuesta que demos definirá el sentido de nuestra vida. De esta forma, hacernos esta pregunta es lo mismo que interrogarnos sobre el fin de nuestra existencia y no cabe ninguna duda que desde siempre el hombre ha tratado de buscar dicho fin. Siguiendo este razonamiento, muchos han llegado a la conclusión que el fin último de toda persona es la felicidad. Por lo tanto, la libertad es solamente un medio para la consecución de dicho fin.

Muchos definen la libertad como la capacidad que tiene el individuo de tomar sus propias decisiones siempre que estas no colisionen con la libertad del otro. Es bien conocida la frase “mi libertad termina donde empieza la del otro”. Sin embargo, el concepto de libertad que propongo tiene un enfoque diferente sin negar la verdad de la anterior definición. Para mí, el concepto de libertad trasciende dicha afirmación y la completa. Así, la libertad es la capacidad que tenemos para decidir entre la felicidad y la infelicidad. Y esto es así porque debido a nuestra naturaleza racional podemos elegir entre ambas posibilidades. Y elegir la infelicidad, aunque parezca un acto de la libertad, es en realidad un defecto de la misma, ya que todo acto que nos aleje de nuestro fin último es radicalmente incorrecto. De esta forma, de alguna manera, elegir la infelicidad es elegir la esclavitud.

Para completar el concepto de libertad no debemos olvidar que ésta es una manifestación de nuestra voluntad y que dicha voluntad no podrá ser correctamente utilizada si no es iluminada por nuestra razón. Y ya que nuestra razón no es perfecta, podemos cometer errores que llevarán a nuestra voluntad a tomar decisiones incorrectas, siendo capaces de utilizar nuestra libertad para apartarnos de nuestro fin último que es la felicidad.

Por último, dejo un pensamiento de Santo Tomás de Aquino que da la visión moral de lo anteriormente comentado:

“Todo ser es lo que le conviene ser por su propia naturaleza. Por consiguiente, cuando es movido por un agente exterior, no obra por su propia naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es propio de un esclavo. Ahora bien: el hombre, por su propia naturaleza, es un ser racional. Por tanto, cuando obra según la razón, actúa en virtud de un impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual consiste precisamente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de la razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete el pecado es siervo del pecado”(1)


(1) In Ioannem 8 lect.4 n.3


Es interesante ver como incluso la Ciencia trata de hallar las pautas para conseguir la felicidad. Viene a ser una opción diferente a la Religión que en esencia también trata de conseguirla (y perdóneseme la simplificación). Un ejemplo de cómo la Ciencia puede afrontar el problema está expresado en el blog de Eduar Punset y en los documentales "Ser feliz es cuestión de voluntad" y "Decálogo para vivir mejor" de la serie de televisión “Redes”.

miércoles, 26 de agosto de 2009

¿Solo liberalismo económico?

"En un país donde el único patrono es el Estado, la oposición significa la muerte por consunción lenta. El viejo principio «el que no trabaje no comerá» ha sido remplazado por uno nuevo: el que no obedezca no comerá" (Trostky, 1937)

En un blog el otro día, alguien negó la posibilidad de separar el liberalismo económico del político. Todo esto venía de la eterna discusión sobre qué es el liberalismo. Realmente del liberalismo sólo me interesa su vertiente económica. ¿Es este planteamiento incorrecto? Pienso que el modo de afrontar el problema de la escasez es suficientemente importante como para elaborar una teoría de actuación. Y en esencia, la Economía no es otra cosa que la ciencia que estudia como actuar frente a la escasez. Hasta el momento la Escuela Austriaca me parece el enfoque más correcto de esta ciencia, y mis esfuerzos se centran en ver si dicha escuela es compatible con el catolicismo.

Por otro parte, no estaría de más hacer un esfuerzo para averiguar cual es la verdadera esencia del liberalismo. Realmente creo que lo único que diferencia a un liberal de un colectivista (socialista), es la idea que sólo el individuo tiene derecho a tomar las decisiones que afecten a su vida. En definitiva que el individuo sea libre. El siguiente paso será definir qué es la libertad. Una definición muy exacta sería la siguiente:

La libertad es […], patrimonio exclusivo de los seres dotados de inteligencia o razón. Considerada en su misma naturaleza, esta libertad no es otra cosa que la facultad de elegir entre los medios que son aptos para alcanzar un fin determinado, en el sentido de que el que tiene facultad de elegir una cosa entre muchas es dueño de sus propias acciones.

¿A que suena bastante liberal e incluso austriaco? Yo diría que si. Lo interesante de la anterior definición es que fue hecha por el papa León XIII en su encíclica Libertas Praestantissimum en 1888.

viernes, 14 de agosto de 2009

¡Dios salve al capital!

En los meses de julio y agosto, el Movimiento Cultural Cristiano organiza la XXIV Aula Malagón-Rovirosa. Uno de los actos es el curso “Trabajo sobre Capital”, cuyos responsables son Jesús Benítez, abogado y Rosario Torres, economista y militantes del Movimiento Cultural Cristiano y del Partido SAIn.

El programa del Aula presenta el curso de la siguiente forma:

"El trabajo humano es la verdadera fuente de riqueza en la sociedad, no el capital, ni el Estado, ni la especulación financiera. En este curso profundizaremos en el funcionamiento del sistema político y económico injusto e insolidario en el que vivimos, para disponernos a combatirlo y construir una nueva política, al servicio del bien común, donde el trabajo esté siempre por encima del capital".

Asimismo, el curso fue anunciado también por Rosario Torres en el programa de La Cope “El Espejo de la Iglesia” con las siguientes palabras textuales:

“Este nuevo curso, nosotros teníamos bastante interés en llevarlo a cabo, que se denomina Trabajo sobre Capital, que es el principio consagrado ya por la DSI, por el cual se da prioridad absoluta al trabajo de la persona frente al capital que siempre debe de estar a su servicio. Además, creemos que es un curso con bastante actualidad con respecto a la nueva Encíclica que acaba de sacar el Papa Benedicto XVI. Nosotros creemos y así lo consagra la DSI, que todo debe de estar al servicio de la persona conforme a su dignidad sagrada, pero ¿qué pasa en verdad? Pues que en el mundo la realidad actual es la del dominio del capital sobre el trabajo. Esto significa pues que haya una humanidad donde el 85% de la humanidad esté en la miseria. Estoy hablando de hambre, esclavitud infantil, explotación laboral, guerras, todo un entramado imperialista que está organizado para robar a los pobres. Desde este curso, analizando y partiendo de la DSI, lo que queremos es analizar, profundizar y ver posibles respuestas, siempre desde la solidaridad”.

Estos párrafos precedentes nos pueden servir para reflexionar sobre la relación entre capital y trabajo. La primera tarea que hemos de imponernos es definir ambos conceptos, no sea que durante el análisis estemos discutiendo sobre elementos diferentes.

El concepto de capital siempre ha sido un tema discutido y complejo e incluso hoy en día es origen de distintos planteamientos entre la corriente económica dominante y la Escuela Austriaca de Economía (EAE). Böhm-Bawerk en su obra “Teoría Positiva del Capital” trata extensamente este tema. Es particularmente interesante el capítulo III del Libro I donde analiza las distintas definiciones de capital.

Para Böhm-Bawerk, capital es el “agregado de bienes producidos que sirven como medio de procurarnos bienes”. Más adelante, en este mismo capítulo, en una nota a pie de página, completa esta definición expresando que “el capital de acuerdo con mi versión es también un fondo o cantidad de materia y creo que procede decir aquí que cualquier intento de contemplar o medir este fondo en términos de número de piezas, peso, o volumen de los distintos bienes productivos implicados no puede ser llevado a cabo y solo puede hacerse esto en términos de valor o que es lo mismo, para estos tiempos, en dinero”. Y para terminar, y no por ello menos importante, para Böhm-Bawerk el capital no es el tercer factor independiente de producción. Según su visión, podemos decir que es en parte trabajo acumulado y en parte también acumulación de fuerzas naturales valuables.

Nos quedaría ahora por definir el concepto de trabajo según la teoría económica. En la misma obra mencionada Böhm-Bawerk nos da una definición sencilla indicando que “una persona ofrece un bien valuable y que se llama trabajo y otra le da a cambio un precio”

Hasta ahora, hemos aportado las definiciones de capital y trabajo según la EAE. Veamos a continuación las definiciones de estos conceptos que hace la Doctrina Social de la Iglesia (DSI):

“El trabajo humano tiene una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido objetivo, es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir, para dominar la tierra, según las palabras del libro del Génesis. El trabajo en sentido subjetivo, es el actuar del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal.

“La subjetividad confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide considerarlo como una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización productiva. El trabajo, independientemente de su mayor o menor valor objetivo, es expresión esencial de la persona, es «actus personae». Cualquier forma de materialismo y de economicismo que intentase reducir el trabajador a un mero instrumento de producción, a simple fuerza-trabajo, a valor exclusivamente material, acabaría por desnaturalizar irremediablemente la esencia del trabajo, privándolo de su finalidad más noble y profundamente humana. La persona es la medida de la dignidad del trabajo: «En efecto, no hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona».

La dimensión subjetiva del trabajo debe tener preeminencia sobre la objetiva, porque es la del hombre mismo que realiza el trabajo, aquella que determina su calidad y su más alto valor. Si falta esta conciencia o no se quiere reconocer esta verdad, el trabajo pierde su significado más verdadero y profundo: en este caso, por desgracia frecuente y difundido, la actividad laboral y las mismas técnicas utilizadas se consideran más importantes que el hombre mismo y, de aliadas, se convierten en enemigas de su dignidad.”

En cuanto al concepto de capital, evidentemente la DSI hace una sencilla definición del mismo, sin profundizar en su carácter económico, expresando que “en la actualidad, el término «capital» tiene diversas acepciones: en ciertas ocasiones indica los medios materiales de producción de una empresa; en otras, los recursos financieros invertidos en una iniciativa productiva o también, en operaciones de mercados bursátiles”.

Una vez hecho el esfuerzo anterior para concretar los conceptos de capital y trabajo, podemos proceder a analizar la relación que existe entre los mismos. Es de una lógica incuestionable que si por capital entendemos un conjunto de bienes y por trabajo tomamos la definición subjetiva que hace la DSI, el trabajo está por encima del capital, pues evidentemente la dignidad de una persona no puede compararse con un conjunto de cosas. Asimismo, también podemos deducir que el origen del capital es en parte trabajo acumulado. Lo que acabamos de expresar no está en contradicción con las ideas de la EAE. Además, no debemos de olvidar que el economista tiene como fin el estudio técnico de los distintos conceptos, sin que ello suponga un enfrentamiento con los aspectos éticos o morales. De esta forma, cuando Böhm-Bawerk habla de trabajo lo hace teniendo en cuenta la dimensión objetiva del mismo.

Por lo tanto, y conforme a todo lo anteriormente expuesto, no tenemos inconveniente en estar de acuerdo con que el trabajo está por encima del capital según una visión ética o moral. Otro asunto es la importancia de cada elemento en la creación de riqueza. Y es en este aspecto donde el capital, tal como lo ha definido Böhm-Bawerk, adquiere toda su importancia, ya que la mejor manera de producir riqueza es a través de la utilización del capital, es decir por medios de producción capitalistas, siendo de esta manera, y no de ninguna otra, como podremos erradicar la pobreza y el hambre en el mundo. No podemos resistir la tentación de dejar que sea Carl Menger que a través de sus palabras, plasmadas en su libro “Principios de Economía Política”, nos explique la anterior afirmación:

“La forma más ruda de economía de ocupación se limita a la recolección de los bienes del orden ínfimo que la naturaleza ofrece espontáneamente. Los hombres en cuanto sujetos económicos, no ejercen ninguna influencia en la producción de los mismos. Su nacimiento y desarrollo no depende ni de la voluntad ni de la necesidad humana. Son accidentales, bienes al servicio del hombre sólo por azar. Pero si los hombres abandonan esta forma ruda de economía, si exploran las cosas a través de cuya conexión dentro del proceso causal surgen los productos alimenticios y se apoderan de ellos, lo que equivale a transformarlos en bienes de un orden superior, entonces estos alimentos aparecen, al igual que antes, en virtud de la ley de la causalidad, pero ahora ya no son casuales, accidentales, respecto de los deseos y las necesidades de los hombres, sino que constituyen un proceso sujeto al poder humano, regido a tenor de los objetivos humanos, aunque siempre dentro de los límites puestos por las leyes naturales. Los alimentos, que antes eran el producto de la coincidencia casual de las condiciones precisas para su nacimiento y desarrollo, son ahora, en la medida en que el hombre conoce y domina estas condiciones, y dentro siempre de los límites trazados por las leyes naturales, un producto de su voluntad. Las cantidades de que los hombres disponen no tienen más límites que los de su comprensión de la conexión causal de las cosas y la amplitud de su dominio sobre las mismas. Así pues, el creciente conocimiento de las interconexiones causales de las cosas con su propio bienestar y el progresivo dominio de las condiciones cada vez más remotas de las mismas han elevado a los hombres del estado de rudeza y de la más profunda miseria al estadio actual de cultura y bienestar, han permitido que amplias zonas hasta hace poco habitadas por pocos hombres, que arrastraban además una vida trabajosa y miserable, se conviertan en tierras de cultivo densamente pobladas. Nada más cierto que la afirmación de que también en el futuro el progreso económico del hombre no tendrá otro límite que el de los progresos antes mencionados”.

Según lo dicho hasta ahora, no vemos ningún motivo para condenar al capital. El problema está en que todavía muchos se encuentran aferrados a su versión marxista, donde éste es en una herramienta de explotación. Sin ánimo de tratar de adivinar las intenciones de Rosario Torres, una de los responsables del curso que mencionamos, y por supuesto sin ánimo de negar sus buenas intenciones, no deja por menos de sorprendernos el tono de su discurso. Suena a enfrentamiento entre trabajo y capital, suena a demonización del capital, suena a Socialismo (1).

Llegados a este punto, es importante acudir de nuevo a la DSI para terminar de ver cual debe ser la relación entre el trabajo y el capital:

“La doctrina social ha abordado las relaciones entre trabajo y capital destacando la prioridad del primero sobre el segundo, así como su complementariedad.

El trabajo tiene una prioridad intrínseca con respecto al capital: «Este principio se refiere directamente al proceso mismo de producción, respecto al cual el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el “capital”, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental. Este principio es una verdad evidente, que se deduce de toda la experiencia histórica del hombre». Y «pertenece al patrimonio estable de la doctrina de la Iglesia».

Entre trabajo y capital debe existir complementariedad. La misma lógica intrínseca al proceso productivo demuestra la necesidad de su recíproca compenetración y la urgencia de dar vida a sistemas económicos en los que la antinomia entre trabajo y capital sea superada. En tiempos en los que, dentro de un sistema económico menos complejo, el «capital» y el «trabajo asalariado» identificaban con una cierta precisión no sólo dos factores productivos, sino también y sobre todo, dos clases sociales concretas, la Iglesia afirmaba que ambos eran en sí mismos legítimos. «Ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital». Se trata de una verdad que vale también para el presente, porque «es absolutamente falso atribuir únicamente al capital o únicamente al trabajo lo que es resultado de la efectividad unida de los dos, y totalmente injusto que uno de ellos, negada la eficacia del otro, trate de arrogarse para sí todo lo que hay en el efecto»”.

Y aquí está plasmada la lección que debemos aprender a través de nuestro análisis. Hemos de abandonar aquellos sistemas económicos que perpetúen la antinomia entre trabajo y capital. En definitiva, hemos de abandonar la versión marxista de la economía. Solamente así podremos conseguir un futuro mejor que el presente.



(1) Intentado entender las ideas de los responsables del curso, hemos acudido a la web del partido SAIn. Al igual que nos sorprendió el tono de las presentaciones del evento, nos ha sorprendido algunos de los manifiestos del partido, tales como “El socialismo que queremos”, “Ha muerto el PSOE” y “Rechazamos el aborto porque somos de izquierda”. Quizás, deberíamos profundizar en sus definiciones de socialismo e izquierda, pues tal vez no sean las mismas que nosotros entendemos.

sábado, 1 de agosto de 2009

¡Ave César, los que van a morir te saludan!

"El arte de la Economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o medida política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores" (Henry Hazllit – La Economía en una Lección).

Hace unas semanas aparecía una noticia en el diario El Día de Tenerife donde se nos informaba que los productores de plátanos de la isla de La Palma habían tenido que tirar a la basura unos 18.000 kilos de plátanos. La verdad es que aunque curiosa, la noticia no debería producirnos sorpresa. Estudiemos un poco la cuestión.

El sector del plátano en Canarias ocupa a unos 20.000 trabajadores, produciendo unas 372 mil toneladas al año, de las cuales 339 mil son enviadas fuera de las islas. El precio percibido por el agricultor se encontraba en la primera semana de este año en unos 52 céntimos de euros por kilo, precio que se elevaba a 61 céntimos al incluir los costes de transporte a la Península.

Uno de los mayores competidores del plátano de Canarias es el banano de Hispanoamérica. La producción de banano por Ecuador, el principal exportador, fue de 4,73 millones de toneladas, dando trabajo a unos 148.000 trabajadores y siendo su precio CIF en la primera semana del año unos 52 céntimos por kilo. Como se puede ver es casi un 18 por ciento más barato.

Por lo tanto, es evidente que el banano ecuatoriano constituye una importante competencia para el plátano de Canarias. Concientes de ello, el productor canario ha venido realizando desde 1992 diversas campañas de publicidad en las que destacan sus magníficos anuncios televisivos. En dichas campañas se resalta la mejor calidad de su fruta habiéndose conseguido un alto grado de penetración.

Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, al productor canario le cuesta mucho competir. Muchas veces el precio de venta no llega ni a cubrir sus costos de producción. El mercado obligaría en condiciones normales a una reducción de la oferta, ajustándose a aquella demanda de los consumidores que habría elegido comer plátanos y no bananos. Ello conllevaría la pérdida inicial de puestos de trabajo y un aumento de la competitividad, pues solo sobrevivirían los productores capaces de producir al precio que fijase el consumidor.

Pero este proceso no ha ocurrido. Por el contrario, Europa ha acudido en ayuda del sector canario con subvenciones que compensan su falta de competitividad. Según los últimos datos, han sido un total de 141 millones de euros. De esta forma se compensan los costes de producción a razón de 38 céntimos de euro por kilo – un 73 por ciento del precio de venta del productor. Además, se ha tomado otra medida para ayudar a las ventas, fijándose un arancel a los bananos de 176 euros por tonelada. Así, el precio del banano ha pasado a ser de unos 69 céntimos de euro por kilo.

A primera vista todo parece estar bien. Se ayuda al agricultor canario y se mantienen los puestos de trabajo. Sin embargo, deberíamos ampliar un poco más nuestro punto de vista y tener en cuenta todas las implicaciones.

En primer lugar, esos 141 millones de euros de subvenciones han sido conseguidos a través de impuestos cobrados. Para hacernos una idea, supongamos que se hubieran cobrado solamente al contribuyente español. En este caso, nos saldría que cada español habría tenido que contribuir con unos 3 euros. Para algunos sería una aportación justa, pero, ¿qué podemos decirles a los que no les gustan los plátanos o prefieren gastar esos 3 euros en otras cosas que consideren más necesarias? Como consecuencia, aunque por una parte hemos contribuido a mantener los puestos de trabajo del sector platanero, también hemos imposibilitado que otros sectores fuesen los destinatarios de esos 141.000 millones de euros. Y por supuesto, al no producirse ese gasto, no se han creado puestos de trabajos en esos sectores.

Otro punto a considerar es que las subvenciones son necesarias porque el precio de venta no es lo suficientemente alto como para que sea rentable producir la cantidad actual de plátanos. O dicho de otra manera, que mucha gente no tiene tal necesidad de ellos como para pagar dicho precio rentable. De esta forma, la oferta excede a la demanda, aparece la sobreproducción y con ella el motivo de tener que tirar el producto. Es más, aunque con las subvenciones fuera rentable poner la mercancía en el mercado, ello ocasionaría la bajada del precio al aumentar la cantidad de plátanos.

Resumiendo lo escrito hasta ahora, con las subvenciones obligamos a algunas personas a pagar por algo que no quieren y además impedimos la creación de puestos de trabajo en aquellas empresas que sí venden productos deseados por el consumidor.

Sigamos ahora un poco más con nuestro razonamiento. Debemos comentar antes de nada que el gobierno ecuatoriano también protege a su sector bananero. Para ello ha fijado un precio mínimo por debajo del cual ningún productor ecuatoriano venderá. Igual que antes parece una buena idea, pues con esto se asegura una adecuada remuneración al agricultor y se mantienen de igual forma los empleos. El problema es que una vez más se obliga al consumidor a soportar un mayor precio por la mercancía. Si se hubiese ahorrado esa diferencia, ésta podría ser gastada en otros productos. Igual que antes, estas compras contribuirían a favorecer el empleo en otros sectores. Además, la fijación de un precio mínimo mantiene en el mercado a aquellos productores que no son capaces de ser lo suficientemente competitivos como para ofertar un buen precio.

De igual manera, la fijación de un arancel para subir el precio hace que al productor de banano le sea más difícil competir, produciéndose una disminución de sus ventas que por supuesto ocasionará a la larga la perdida de puestos de trabajos. Por último, con la fijación del arancel se toma la decisión de que es mejor consumir plátanos que bananos, decisión que evidentemente debería ser tomada por cada uno de los consumidores en función de sus necesidades.

Todo lo anterior intenta dar una visión amplia de los hechos. El problema en que muchas veces incurrimos es que no somos capaces de ver la totalidad de la realidad. Los gobiernos intentan mejorar las cosas, pero lo único que consiguen es decidir en qué bienes hemos de gastar nuestro dinero y también que empresa debe subsistir y cual no. ¿Nos les recuerda esta postura a la del emperador romano decidiendo quién vive y quién muere? Recemos para que en el futuro no decida que ha llegado el momento que seamos nosotros los que tengamos que morir.